Destrucción

*Este es el cuarto y último artículo de una serie que busca aproximarse a una caracterización de la práctica de graffiti. Para obtener todo el contexto recomiendo leer los artículos previos: DesarmandoInestable y Corporalidad.

Los otros dos elementos enunciados en Lo Informe1 son el materialismo base y la entropía. Entre el materialismo base encontraremos todas las materias que en un principio fueron descartadas en la práctica del arte, es decir, lo escatólogico, lo animal, lo infantil, entre otros. En la entropía nos podemos aproximar a los conceptos de desgaste,  desecho,  descomposición, presentes en el funcionamiento de cualquier sistema. 

El graffiti recurre a hacer uso de un lenguaje que no da pie a la interpretación. No presenta un concepto más allá de lo que está en si mismo. Es disruptivo y no se preocupa demasiado por su apariencia estética. Hace uso del chorreón, de lo mal visto. Se puede encontrar en lugares poco visitados y hostiles como edificios abandonados, caños e incluso entre zonas de tolerancia y otros sectores deprimidos. No es necesario tener ningún tipo de destreza para practicarlo. La poca elaboración puede hacer parte de su estética. Y aunque hoy su lenguaje puede estar en lugares sofisticados como galerías o en grandes muros decorativos, esto no hace parte de sus intereses primordiales, es sólo una muestra más de su inestabilidad. 

Partiendo de lo mencionado, quiero hablar de  la relación que encuentro entre el graffiti y la destrucción. Para esto voy a mencionar tres aspectos en los que evidencio dicha relación. El primero, lo podemos observar si tenemos en cuenta el materialismo base del que habla Lo Informe. Como todo elemento de esta categoría, es un elemento que se quiere evitar, ocultar, desaparecer, destruir. Lo escatológico, lo infantil, lo sin sentido o lo poco profundo son algunos de los elementos que, durante mucho tiempo, la especie humana ha tratado de dejar de lado. Las ciudades contemporáneas ya llevan una buena época tratando de luchar contra el graffiti. En algunas partes del mundo han creado patrullas policiales anti-graffiti. En nuestro caso, por ejemplo, han tratado de desincentivarlo con la aplicación de comparendos bastante costosos. Sin embargo, al igual que la guerra contra las drogas, la guerra contra el graffiti ha fracasado. Esta forma gráfica permanece, poniendo sobre la mesa esas cosas que no se quieren observar, esa otra forma sensible de expresión que no está de acuerdo con las imposiciones del buen gusto y las buenas formas. Tal vez lo que más les ha funcionado, aunque ya comienza a hacer parte del mismo fracaso, es vincular a algunxs de sus practicantes a las dinámicas estatales de “recuperación de espacio” y de “práctica responsable”, en un intento desesperado de mantener el control del espacio público y su apariencia estética. 

Este fenómeno puede ser visto incluso como un síntoma. Un síntoma de las fallas que hay en la manera en la que se organizan y se distribuyen las ciudades y sus sociedades. Un resultado de las urbes rápidas y caóticas. Una respuesta ante un paradigma que hoy más que nunca expone sus falencias y sus falacias.  El detrito en el que pueden llegar a convertirse las más “respetadas” instituciones (fig. 1) y sistemas de organización . Una evidencia de la inconformidad latente que existe ante la creciente urbanización y la falta de lugares verdes. Una oportunidad  para un necesario análisis de nuestras ciudades y su conformación. La entropía, en la cuál aparece el graffiti como elemento protagonista, se hace presente como la muestra del fracaso de nuestras ciudades y sus formas de organización. 

Fig. 1 Graffitis en el elefante blanco de la Policía Nacional

El segundo aspecto se evidencia ya que la práctica del graffiti como tal es una intervención destructiva. Aunque puede que no sea esta su intención principal, el acto mismo se convierte en una destrucción, en un daño. De alguna forma lo que hace es poner en duda el lugar en el que se pone y la legitimidad del mismo, anulándolo y haciéndolo desaparecer. El común de las personas, incluidos quienes lo practican, lo percibe así. Y creo que ahí podríamos hablar de un elemento característico. Entonces la pregunta que surge sería ¿Si una intervención no se percibe como daño, sería graffiti? Es aquí donde se puede comenzar una discusión, que espero abordar en el futuro, sobre la tergiversación que se ha dado al concepto graffiti, producto de su integración a las prácticas decorativas y de mercado. Pero continuemos con este tema. El graffiti destruye. Destruye lo plano, lo ordenado, lo homogéneo. Destruye conceptos, ideas, apariencias. 

La tercera relación que quiero hacer, la encontramos en algunos de los espacios en los que aparece el graffiti. En Bogotá, los cambios que se dan producto de las obras realizadas para los sistemas de transporte y cambios viales, han sido importantes escenarios de consolidación del graffiti. Lo vimos hace unos años en la calle 26, en la calle 80 y en la 30 donde producto de la destrucción de las casas que allí habían, quedaron unas grandes superficies que rápidamente se llenaron de graffitis. Hoy vemos como se repite la misma historia en la av. 68, en la av Primero de Mayo y en algunos lugares de la 30, por donde pasará el metro y una nueva vía de Transmilenio (fig. 2). Los escenarios de destrucción, así como su falta de regulación y control, son espacios propicios para el graffiti, ya que este movimiento llega a donde nadie le interesa llegar. Podríamos considerarlos, lugares de origen. De alguna forma que pareciera extraña, el graffiti aprecia los lugares despreciables, los hace parte de sí mismo. 

Fig. 2 Graffitis en la Av. 68 donde se construye una nueva troncal de Transmilenio

Aunque esta expresión gráfica ha cambiado mucho en los últimos tiempos y hoy no es muy fácil reconocer o detectar qué podría ser o no un graffiti. La destrucción es un elemento que está presente de una u otra forma, convirtiéndose en una característica a considerar para acercarnos a una definición de esta práctica.  Creo que no podríamos hablar de graffiti sin tener en cuenta esta relación casi omnipresente. 

Con este texto pretendo cerrar este replanteamiento de lo que podría ser la aproximación a lo que hoy considero son unas características del graffiti: La inestabilidad, la corporalidad y la destrucción. Sin embargo, será necesaria la revisión continua, basada en el contexto socio-histórico para saber si éstas se mantienen o se transforman.

1Bois, Yve Alain - Krauss, Rosalind E. Formless, A User´s Guide. Zone Books. Nueva York. 1997.

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