¿Por Qué Un Pipí?

Por: Señor OK

Hace unos años en la parte de atrás de una valla con publicidad política dibujé con marcador un cuerpo que exhibía sus partes íntimas a lo Basquiat. No muy realista, no muy figurativo. La policía llegó con su sonido motorizado de siempre justo cuando había terminado y lo primero que hizo uno de los agentes fue preguntar “Pero, ¿por qué un pipí?” Me pidió mi cédula y me insistió en que ellos respetaban ese tipo de arte, pero que lo del pipí era un exceso. Logré demostrar que era un universitario responsable por mis acciones y mis intenciones estéticas; me dejaron ir y me permitieron conservar el marcador. Todo se volvió una anécdota chistosa que contaba a algunos amigos, pero luego se transformó en una pregunta en mi oficio como pintor callejero. 

¿Por qué no un pipí? Pese a que en la calle no hay filtros, a modo de curadores o censores del arte,  los que trabajamos en murales callejeros sabemos que hacemos algo público, que tenemos una especie de responsabilidad con nuestra obra. Una responsabilidad que es individual y que cada artista interpreta a su manera; si bien esto no es una ley, parece que nos la tomamos muy en serio, parecemos que somos nuestra propia censura. 

Las paredes de las ciudades se han llenado de “mensajes positivos”, todo esto expresado en animales y fauna criolla como guacamayas y jaguares que “representan nuestra identidad” de personas de “bien” que se vuelven un ejemplo social, como indígenas (mal hechos y casi siempre más norteamericanos que otra cosa), mensajes excesivos que hacen alusión al respeto, al cuidado del agua, a la no violencia, a que los perros no caguen en tal y tal parte, a buscar nuestras raíces, a la inclusión de las minorías…   Todo esto es muy bello, pero es efectista, ¿dónde queda la posibilidad de un artista de la calle a hacer lo que quiera? 

En los museos un desnudo es algo casi necesario, vemos pinturas de Caballero, de Débora Arango, de Lucian Freud y no pasa nada, pero en las calles de Medellín el desnudo es un tabú. Vi arrojarle pintura negra a un desnudo del artista Corrosko, vi tachar con pintura cualquier asomo de un seno en un mural de El Relajado. Sabemos que si trabajamos en la calle nuestro obra es efímera y que puede ser modificada por alguien más a modo de palimpsesto, pero casi nunca vemos que se tapen pájaros, flores o bebés, lo que aparentemente “embellece” el lugar, Así las cosas, el oficio del muralista se parece más al de decorador de exteriores que al de artista callejero. Se vuelve entonces un oficio inofensivo y lo que es más particular, a veces sin que las instituciones intervengan, se usa un lenguaje institucional en la obra personal, lo que yo llamo el estilo “Pájaro Alcaldía”.  

Además del desnudo, hay muchos temas que están casi inexplorados en el arte mural de la ciudad. Parece que el deber ser del trabajo en murales públicos nos ha achicopalado, esa responsabilidad ha hecho que nuestras obras pasen por inocentes, inocuas y que proceden por el orden de lo políticamente correcto. ¿A qué le tememos? 

Un pipí, un seno, un desnudo, lo que sea… El arte urbano de la ciudad, que se ufana de su libertad y de su negación del cubo blanco de los museos, y de su independencia, parece que está enjaulado en cánones que él mismo puso en juego; con sus “mensajes” se está ahogando en su propio discurso de un supuesto libre albedrío callejero.      

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