Pintar Jamás Será Un Crimen

Por: Fabián Ávila

Ya hace 5 años que de manera arbitraria un policía decidió acabar con la vida de Diego Felipe Becerra, graffitero conocido como Trípido. A pesar de que el tiempo avanza y de que se han aclarado algunas cosas -como que toda la versión de la policía fue un gran montaje-, aún se siente un sin sabor en el aire, como que faltan explicaciones, como que es algo muy difícil de entender y digerir.

Porque ¿a quién le cabe en la cabeza que para hablarle a un sujeto que carga pintura en su maleta se necesita dispararle? Bueno, en realidad, ¿a quién le cabe en la cabeza que es necesario neutralizar, detener, agredir y llevar a un lugar lleno de verdaderos delincuentes a alguien que sencillamente pinta? Es un mensaje bastante extraño y erroneo.

Estoy seguro de que muchas personas, al escuchar la palabra arte, lo primero que piensan es en la pintura. En una paleta, unos pinceles, brochas, colores y una superficie donde poner todo eso que hay en el interior de alguien. Y también estoy seguro de que esas mismas personas son incapaces de relacionar la palabra arte con la palabra crimen.

Entonces ¿cómo es que en la sociedad de hoy, pintar es visto como un crimen? No entiendo cómo la pintura puede hacer daño, cómo un pintor o un muchacho que simplemente se inclina hacia el querer plasmar lo que ve, lo que recuerda, lo que siente o lo que vive puede estar lastimando a alguien o ser un peligro para la sociedad y su “estabilidad”. Es claro que algo está fallando, que sus reglas no han sido analizadas y mucho menos discutidas. Es claro que hay cosas en las que se necesita una revisión, examinarlas de nuevo.

¿No les parece suficientemente claro el mensaje que los jóvenes o las personas que hacen graffiti quieren entregar? No quiero referirme como ya lo han hecho muchos a la “inconformidad” o el “desacuerdo” que tienen con la sociedad. Creo que debe ser visto de otra forma. Una forma mucho más profunda y que viene de un lugar mucho más interior que el que dejan percibir los colores y los trazos en la pared. Eso que queda ahí plasmado, pintado, escrito, dicho o como lo quieran llamar, no es nada más que energía, deseo, sentimiento, fuerza, vida. ¿O les parece muy insignificante que un muchacho decida rebelarse ante su familia, ante la sociedad, venciendo aún sus temores, dejando de comer para ahorrar para unos tarros, poniéndose retos y estando dispuesto a correr riesgos, sólamente para dar un regalo, para dar una opinión, mostrar otra posibilidad? ¿Alguien sería capaz de sostenerme que eso no significa nada?

Entonces, ¿por qué querer eliminar las señales? Señales que no son más que pruebas de que los estándares, las reglas, las buenas costumbres y en general la idea de una sociedad civilizada, están equivocadas porque no recogen ni abarcan las verdaderas necesidades de nosotros como humanos. Necesidades que hoy van más allá de la alimentación, el abrigo y el techo. Necesidad de hablar, de ser escuchado, de mostrar, de socializar, de VIVIR. ¿Por qué no tomar esas señales y analizarlas como un síntoma de algo más grande a lo que hay que ponerle atención? Si alguien tiene que saltar las reglas, ser visto como un delincuente o como una persona perjudicial, ser agredido y hasta privado de su libertad, para simplemente mostrar lo que hay en su cabeza, eso no puede ser más que el resultado de una falla en el diseño del sistema. Diseño que necesita ciertamente de una mente abierta, de inclusión, de un interés genuino por la vida, nada más.

 

Imagen de portada tomada de Graffity Art Bogotá 

 

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