31 En El Barrio

El barrio no es cualquier vecindario, es uno que tiene unas características especiales, diferentes a los conjuntos cerrados, condominios y urbanizaciones. El barrio del que aquí hablo no es del que se habla en las canciones de hip hop o nada parecido. Es un lugar donde suceden cosas que marcan sobretodo infancias, donde su gente es distinta, llena de ese gozo popular que lo hace distinguible, amable, peligroso, nostálgico y en ocasiones hasta fastidioso. El barrio es donde a fin de año se pintan los andenes con pequeñas secciones de colores que se combinan con el blanco, donde se pintan figuras navideñas al frente de las casas, donde la buena música, la pola y el parche resuelven cualquier mal día, donde hay un vecino chismoso que sabe todas las historias de la cuadra, donde hay un señor legendario que atiende una tienda desde que nuestros papás eran pequeños y donde las personas que pasan al lado de uno lo conocen a uno desde pequeño y saben más historias sobre su vida que uno mismo.  

El 31 en el barrio comienza de una manera diferente a los demás días. Se percibe en el ambiente cierto sentimiento de alegría y nostalgia que embarga sus calles desde horas tempranas, cuando la gente sale con una sonrisa a conseguir el último desayuno del año en pantaloneta o en pijama. Hay quienes sacan sus naves para echarles un buen baño, abriendo una puerta que deja salir las melodías que nos recuerdan la niñez en la misma época, el volumen sube y entre salsa y chucuchucu se van las primeras horas del día.

En la calle los vecinos se saludan, se desean un feliz año y lo mejor para el 2016. Las personas se ven sonrientes, amables, tranquilas. La música sigue sonando y en cada parte del barrio siempre hay alguien encargado del sonido. Mientras avanzo unas cuadras el sonido que se va desvaneciendo se renueva en la cuadra de adelante con otro equipo a todo volumen que deja escapar un por qué te casaste Adonay. La gente sale y se sienta frente a la puerta de su casa, un par de polas en mano para comenzar el fin de año como se debe.

Cada quien termina el año como puede, quiere o como lo toca. Hay quienes salen de compras al supermercado para alistar lo de la cena, o para comprar la tanda de tamales que se abrirán después de las doce, otros salen a camellar envidiando un poco a quienes están sin uniforme y en día libre, esperando que las horas vuelen. Mientras observo la gente veo también a los que terminan el año con una caja de dulces en la mano, ofreciéndoles a los transeúntes, que en la mayoría de los casos ignoran, sus golosinas. Unos van con más o menos esperanzas para lo que viene, pero si algo tienen en común todos los del barrio es eso: esperanzas. Esperanzas de que el nuevo año haya trabajo, de realizar algunas frívolas metas, ver algún familiar que se fue para la USA, viajar y pasarla bueno. “Para el 2016, me siento condenado al éxito”, me dice un vecino amigo de mi papá con quien tengo una conversación corta.

La tarde llega y la cuadra principal del barrio, donde se centra todo el comercio, acoge siempre cantidades de personas como de costumbre. La espiga, la espiga, la espiga, ofrece una familia de padres e hijos, la varita de los agüeros. Un pregonero avisa que tiene los mejores tamales tolimenses para acabar el año, y mirando hacia adentro se ven los que almuerzan entre hojas verdes. La gente se sigue encontrando, se saludan, se abrazan, “nos vemos por la noche”, se escucha decir.

La noche cae y mágicamente la gente se desaparece. Los que estuvieron bebiendo en la esquina durante todo el día ya no se escuchan. La música sigue sonando. En el barrio la gente se está bañando, se está poniendo la percha, el estrene. Los voladores han sonado todo el día de manera intermitente. El primero lo escuché como a las 7 de la mañana.

No sé porqué, pero un sentimiento de nostalgia me invade. Tal vez es la canción que está sonando. Recuerdo aquellas noches de 31 de la infancia, tal vez las mejores. Cuando salíamos a comprar pólvora en la tienda de la vuelta y salíamos con las manos llenas de ilusiones: los totes, los torpedos, volcanes, pitos, mechas y lo que uno fuera capaz de echar. Para mi los más impresionantes eran los volcanes, que alumbraban ante mis ojos con colores distintos por menos de un minuto. Se escuchaban los pitos, las mechas, estrellábamos torpedos contra las paredes y quienes eran más osados prendían los totes en sus manos. Recuerdo prender un pito y salir a correr, esperando que no diera la vuelta y saliera detrás mío, el sonido lo diría y lo recompensaría todo, hasta el susto . No sé porqué, pero para mi la pólvora siempre fue mágica. No me importaba quemar la plata, como decían los adultos poniendo excusa para no darme dinero para ir a comprar. Para mí, y seguro que para muchos niños de mi edad, valían más la pena esos segundos de luces que teníamos ante nosotros, deslumbrados por el poder de esas cosas extrañas que se activaban con fuego.

Regreso de los recuerdos y la música sigue sonando. Son para gozarlas, estas navidades, porque el año que viene, se acaban los pesares. Al rato de nuevo se escuchan risas al frente, los vecinos traen tremendo sonido. Dos cabinas y una mesa con un pequeño equipo para poner música. El  de la música se activa en el micrófono: “Bueno, buenas noches vecinitos, esta noche estaremos terminando este año como se debe. Agradecimiento especial a la familia Gómez López y que suene la música. ” Comienza esa melodía inolvidable que más adelante nos dejará escuchar su “aunque me muera dejaré a Daniela”. La gente vuelve a salir a la calle, la pola no falta, la música menos. La hora que todos esperan se acerca.

No me di cuenta qué tan rápido el tiempo pasó, y  ya son las 11:30. Estoy en la casa de mi abuela, sentado en la sala con mi mamá y más gente de mi familia. Se toma whiskey, vino, piña colada o cerveza. Un recipiente con buñuelos hace su pasada por cada puesto. Hablo con un primo que no veía hace mucho y nos adelantamos en asuntos.

La pólvora suena antes de que en la hora local (hora de la sala de la casa de mi abuelita) ya sean las 12, todos sabemos que ya llegó el momento, así en el reloj falten 2 o 3 minutos. Nos paramos, saludamos al que tenemos al lado, le damos una mano, un abrazo, y pasan todos por cada uno hasta  que ya no queda nadie más a quién desearle un feliz año. Todos comemos algo y así acaba el 31 en el barrio. Comienza un nuevo año, ya es primero y hay más por hacer, aquí no acaba todo.

Después de la comida es la hora de salir, de verse con otros, de tomarse otras polas, de charlar. Hay quienes se acuestan al rato, otros siguen con música duro hasta las 6 am, otros no paran hasta la noche del primer día del año. Cada quién como lo termina, comienza el año a su manera, según pueda, según quiera. Por el momento lo único que tenemos en común en este momento con toda la gente del barrio es que todos miramos hacia adelante.

Texto por Andrés Villa

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