Gris Sobre Gris

Por: Señor OK

“Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras 
Los astros y los hombres vuelven cíclicamente”
Borges

 

Cada tanto, cerca de elecciones, juegos deportivos o visitas importantes, Medellín se vuelve gris. Los puentes son repintados, a todo lo rayado se le pone una capa de gris de nuevo, los espacios públicos relucen por su gris. Gris alcaldía, gris Medellín. Uno ve a los trabajadores de espacio público con sus uniformes y sus gorros paladeando, bajo el sol de la tarde, una y otra vez sus bandejas del mismo color para rellenar metros y metros que antes tenían graffiti, sin importar la imagen de un tigre rojo o una frase como “dejen dormir al gamín” o de unas letras en wildstyle. Quizá ellos, los trabajadores de Espacio Público, sean los más conocedores del graffiti en la ciudad; reconocen mejor que nadie las firmas, los trazos, los colores. Seguro en sus almuerzos hablan de los graffiteros que han tapado.  —Ayer tapé un Acso, dos Plagas y hasta un Malk— y seguro hacen apuestas, para entretenerse durante sus grises jornadas, quien tape al graffitero más reconocido gana más puntos y al final de la semana cuentan los puntos y el ganador puede escoger entre una caja de cerveza o un radio nuevo de pilas. 

El graffiti es un asunto de respeto, hay una jerarquía que se impone por el tiempo que se lleva pintando en la calle. Si alguien “corona un spot” es decir, pinta primero un muro, ese muro le “pertenece” y nadie puede taparlo con una pieza de menor categoría. El graffiti se parece a la teoría de la evolución en este sentido. Los más fuertes, sobreviven. Pero hay un factor, digamos exterior, que es Espacio Público. Cuando Espacio Público tapa un muro y lo pinta todo de gris, hay un alto en el camino, un borrón y cuenta nueva, el muro se declara libre de dueños y vuelve a comenzar la cadena pictórica. Conversando con un amigo graffitero me dijo: —Mejor que tapen los muros, más espacio para pintar— Lo que confirma la intención efímera de la pintura en la calle. Y agrego: cíclica. 

Un muro gris es un llamado a la “comunidad” del graffiti, es una nueva posibilidad para hacer una mejor pieza. Tímidamente empiezan aparecer firmas rápidas de algunos aventurados pero temerosos, luego aparece una o dos bombas con colores, hasta que el muro se llena, de día y ante los ojos de todos con una gran pieza. Y así continúa el ciclo. Espacio público pinta de gris y el graffiti vuelve aparecer. ¿Cuántas capas de pintura tienen estos muros, cuántas más van a resistir ese gris sobre más gris?

Hay un pasaje de Cien años de soledad donde la gente pierde el sueño, nadie puede dormir, por lo que tienen mucho tiempo libre. Hay un juego al que recurren para pasar el tedio: el gallo capón. Consiste en que el narrador pregunta a su público que si quieren que les diga el cuento del gallo capón, cuando contestaban que sí, el narrador dice que no había pedido que le digan que sí, sino que quieren que les cuente el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que no, el narrador dice que no les pide que digan que no, sino que quieren que les cuente el cuento del gallo capón y así hasta el infinito. 

Los graffiteros son insomnes por tradición y como en el pasaje de García Márquez juegan con Espacio Público al gallo capón. ¿El gallo tapón? En las noches sin sueño y para pasar el tedio buscan paredes y las pintan; en el día la Alcaldía los tapa, y de nuevo en las noches salen con pintura en sus morrales. 

Los graffiteros son autofágicos, se devoran a sí mismos, dicen que llenan la ciudad de colores pero en el fondo buscan el gris para renovarse a sí mismos, insatisfechos siempre. Son perfectos Sísifos del asfalto. Un graffitero hace una pieza, consciente espera a que Espacio Público haga su trabajo y la tape, para poder volver hacer otra pieza, para tener de nuevo espacio. Sueñan con el gris, lo esperan, parecen llamarlo. Hasta que llega, pintan de nuevo y así sucesivamente.

 

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